viernes, 26 de diciembre de 2008

BORGES ORAL

=Entr. Bernard Pivot
-El orden y el tiempo
=Oswaldo Ferrar
Borges Oral
Bernard Pivot, conductor del célebre programa de televisión Apostrophe, conversó con Borges en París en 1980. Gracias a nuestros amigos de la revista Número, de Bogotá, y a Juan Moreno Blanco, quien transcribió y tradujo la entrevista en la videoteca del Centro Georges Pompidou, podemos compartir con nuestros lectores estas palabras de quien creía que toda civilización comienza con el diálogo.
- Jorge Luis Borges, usted ha recibido el premio mundial Cino del Duca por el conjunto de su obra y hace más o menos 20 años recibió en Formentor el Premio Internacional de Literatura que fue, en esa ocasión, también otorgado por intelectuales franceses...
­Estaba Roger Caillois.
­Sí, sobre todo Roger Caillois, el desaparecido Roger Caillois... es el hombre que lo ha "descubierto" y lanzado en Francia...
­En Francia, en Sudamérica y en Buenos Aires también. Nadie me conocía antes.
­Aquel, hace 20 años, fue un premio de decubrimiento; este es un premio de consagración. Su cabeza ha recibido muchos "laureles literarios".
­Yo no sé del todo por qué, pero en fin, eso me ha sucedido.
­En España supongo... ¿en Argentina probablemente?
­Desafortunadamente en Suecia no... Desafortunadamente.
­Eso puede venir.
­Eso puede venir. Todo es posible. El porvenir es infinito.
­En fin. la práctica de los premios literarios se remonta a la antigüedad griega. ¿Usted es partidario de los premios?
­Recibí ese premio con gratitud, con emoción. No soy digno de él, pero eso no significa nada. Con todo, lo recibo ávidamente y espero recibir otros. En cuanto a los premios, quizás el verdadero premio es el hecho de leer, de reflexionar, de soñar, de meditar y de escribir enseguida... puede ser eso la literatura en sí misma, ¿no?
­Y el premio de ser leído.
­Eso no es importante. Nunca pienso en el lector. Cuando escribo lo hago para, digamos, aliviarme, para liberarme de un tema. Yo no busco los temas, los temas me buscan. Cuando el tema insiste yo trato de escribirlo, y una vez que lo he escrito ­eso me cuesta mucho, tengo muchos borradores detrás de cada página que escribo­ lo publico para pensar en otras cosas. Y cuando publico un libro lo olvido. Su éxito no me interesa. Pienso siempre en lo que voy a escribir. Lo que he escrito lo dejo atrás, son borradores simplemente.
­He leído el libro que va a aparecer en la Editorial Gallimard,1 y que termina con un ensayo autobiográfico de 50 páginas, más o menos. Hábleme un poco de lo que dice en ese ensayo.
­Le dicté ese ensayo a un amigo mío, Norman Thomas de Giovanni. Estaba pensado para el público de Nueva York y conté cosas que todo el mundo sabe en mi país. Lo escribí para los americanos. No lo he releído pero pienso que no está mal, ¿no?
­Es muy interesante porque uno comienza a conocerlo. Por ejemplo, usted dice: "Muy temprano tuve vergüenza de ser alguien que, más que los libros, amaba ser un hombre de acción."
­Sí, pero en el presente no comparto esa opinión. Tengo la impresión de que hacer algo es menos que reflexionar o soñar ese algo; que ser un escritor es un hermoso destino.
­Pero ser un escritor es también ser un hombre de acción.
­Sí, pero cuando uno escribe no piensa en la acción, uno piensa en el placer de escribir. Mis ancestros fueron militares, combatieron, e incluso algunos murieron, pero en el presente pienso que sus vidas fueron menos ricas que la mía. Yo pienso en ellos y pensaré en muchas otras cosas, mientras que ellos no hicieron más que actuar.
­En este ensayo autobiográfico cuenta que su padre quiso que usted fuera escritor, siendo que la mayoría de los jóvenes, cuando quieren ser escritores, lo hacen contra la voluntad de sus padres.
­Mi padre quería ser escritor, pero no pudo; entonces me hizo heredar ese destino que él no alcanzó. Lo hizo a propósito, y yo me eduqué en la biblioteca de mi padre. Lo que aprendí en otros lugares no es importante.
­Pero usted heredó de su padre la ceguera...
­Soy ciego como lector desde 1955; después de todo, se volvió un crepúsculo. No hubo ningún momento patético. Poco a poco las cosas se alejaron de mí. En el presente no hay más que vagas formas. Es más, ni siquiera sé si esas formas son azulosas o grises o verdosas. Hay dos colores que perdí: el rojo y el negro; veo el rojo y el negro como marrón.
­Yo encuentro extraordinario que usted haya tenido un padre que quiso ser escritor y que se volvió poco a poco ciego, y que tuvo un hijo, usted, que ha sido escritor y que también se ha quedado ciego.
­Usted ve en ello una especie de... simetría mágica, ¿no?
­Sí, es eso.
­Sí, es eso; es simétrico, ligeramente simétrico.
­¿No estaremos ahí dentro del famoso laberinto borgiano?
­Sí, por desgracia, por qué no... quizá el mundo es un laberinto; no lo sabemos... pero la idea del laberinto es consolador, porque el laberinto tiene un sentido pero no sabemos si el mundo tiene un centro.
­Me sorprendió saber que usted reniega de la mayor parte de los libros que escribió durante su juventud.
­Hay que comenzar por las formas clásicas, que son las más fáciles, se tienen reglas. Si usted comienza por los versos libres, entonces no tiene ninguna guía, mientras que si comienza digamos, en francés, por el alejandrino, o, en español, por Garcilaso, por el verso de once sílabas, o por el de ocho sílabas, eso le ayuda. Pero todo el mundo comete el error que yo cometí: se piensa que el verso libre es más fácil, pero en realidad es muy difícil. Como la prosa es más difícil que el verso.
­Lo que me llama la atención de lo que acaba de decir, es que usted reniega de esos libros no a causa de las ideas expresadas en ellos, sino a causa de la forma.
­Sí, a causa de la forma. Las ideas son más o menos las mismas. Yo tengo pocas ideas. No sé si tengo ideas nuevas, pero,evidentemente, después de un largo aprendizaje, después de haber llegado a los 80 años, ¡he aprendido alguna cosa!
­En el fondo, usted es un esteta que reniega de los primeros pasos de un joven que también era un esteta.
­Exactamente, salvo que en el presente intento escribir con inocencia, intento no pensar en teorías, trato simplementede expresarme, de contar una fábula, componer un poema. Cuando era joven quería asombrar al burgués, que no era asombrable, evidentemente, quería sorprender, creía en la posibilidad de inventar metáforas. Ahora creo que no hay sino una media docena de metáforas esenciales, que uno no puede hacer nada, salvo variaciones.
­Usted habló de la biblioteca de su padre. Luego tuvo acceso a otras bibliotecas: la Biblioteca Municipal, donde usted era un funcionario común y corriente, y la Biblioteca de Buenos Aires, de la cual fue director...
­La Biblioteca Nacional. Dejé el puesto cuando supe de un señor, de cuyo nombre no puedo acordarme, que iba a volver a instalarse.
­Pero prefiero lo que usted cuenta sobre la Biblioteca Municipal, donde era un empleado subalterno.
­Esa biblioteca me hizo mucho bien. Trabajé en ella 20 años. Leí todos los libros de Claudel y todos los libros de León Bloy que estaban ahí (era una biblioteca destinada a obreros). ¿Qué otros libros leí...?
Oh, muchos más...
­Pero usted no trabajaba mucho.
­No, no teníamos nada que hacer, absolutamente nada.
­¡Era formidable, entonces!
­Sí, y ganaba, creo, 250 pesos, lo cual significaba una buena suma. En el presente eso no vale nada.
­Lo extraordinario es que se podría contar su vida simplemente por las bibliotecas. Primero la bibliotea de su padre, en seguida esa pequeña Biblioteca Municipal y luego la Biblioteca Nacional.
­Se lo agradezco, es una bella idea. Soy sobre todo un bibliotecario. Hay una cosa bastante extraña, yo escribí un poema sobre eso, "Poema de los dones": un antiguo director de la biblioteca, Paul Groussac, era ciego. Yo heredé esas dos cosas: la ceguera y la dirección de la biblioteca.
[...]
­¿No piensa que hay verdaderamente en el destino una especie de fatalidad, de mano de Dios? Porque esa filiación con su padre, esa filiación de bibliotecario ciego...
­Hemos encontrado dos emociones simétricas: la ceguera, la biblioteca... Todo eso es tan hermoso como todas las fábulas que puedo inventar. Nada es más cierto. Le agradezco haberlo descubierto. Yo me había percatado de una vaga manera, pero usted lo dice de una manera precisa en esta hermosa mañana.
­Al mismo tiempo hay una paradoja estremecedora, y es que una biblioteca está hecha de libros que deben ser leídos, libros que esos bibliotecarios no podrán leer.
­Hay algo mágico: yo continúo comprando libros. No puedo leerlos, pero la presencia de los libros me ayuda... esa gravitación silenciosa, sentir que están ahí...
­¿Usted tiene una gran biblioteca en Buenos Aires?
­No muy grande. Me acuerdo de Séneca, que en una de sus cartas se burlaba de un contemporáneo que tenía una biblioteca de cien libros, diciendo que nadie tiene tiempo para leer cien libros. Es una buena idea. La verdad es que todo el mundo tiene bibliotecas con libros que no ha leído. Si lograra leer la mitad de los libros que tengo en mi casa sería un erudito. En el presente soy más bien ignorante.
­Me fascina de usted, monsieur Borges, su pasión permanente, omnipresente, y yo diría casi furiosa, por las lenguas, por las literaturas, por las gramáticas. En ese texto que va a aparecer usted cuenta: "...un colega académico me tomó un día aparte y me dijo inquieto: ¿qué puede significar ese poema titulado `Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona'? Intenté hacerle entender que para mí el anglosajón era una experiencia tan emocionante como admirar una puesta de sol o enamorarme". ¿No estará exagerando un poco? ¿Usted piensa que la aventura de una palabra es tan importante como una aventura amorosa?
­En todo caso es mucho más larga, ¿no? ¡Dura siglos!
­¿Por ejemplo?
­Bien, recuerdo la palabra azar. Dice Mallarmé: "Un coup de dés jamáis n'abolira le hasard" ["Un golpe de dados nunca abolirá el azar"]. La palabra hasard significa "dado" en árabe, "juego de dados". Otra etimología, la palabra "náusea", una palabra bastante desagradable, es noble de origen. Viene del latín navis, de navío. Se siente náusea cuando se está a bordo, el mareo de mar, entonces la palabra náusea tiene la misma etimología que "naval".
­Uno de mis amigos, Gilles Lapouge, que ha escrito un bello artículo sobre usted, ha dicho que usted es el "campeón del vértigo metafísico".
­Campeón es un poco fuerte. No me gusta ser un campeón. El "vértigo metafísico" está bien.. Yo me acuerdo que Aristóteles ha escrito que el origen de la filosofía era el asombro. Usted mira algo y no comprende, entonces comienza a hacer filosofía.
­¿Y qué es el vértigo metafísico?
­Yo siento el vértigo metafísico todo el tiempo. En el presente, por ejemplo, no estoy completamente seguro de estar en París, de charlar con usted. Todo esto hace parte de todos esos sueños que se llaman mi vida o quizás ese otro sueño, que se llama el universo o el pasado... Yo me asombro de las cosas, como un niño.
­¿Usted no está seguro de la realidad del momento?
­Salvo en dos casos: en el caso de los placeres físicos, y del dolor físico también, evidentemente (cuando se tiene dolor de muelas no hay ninguna duda, ¿no? Hay que creer en eso).
­Salvo en el caso del dolor y el placer físico. ¿Y otros casos?
­Sí, cuando uno siente el sabor del agua, es un placer físico también y quizá moral.
­Hay una frase en este nuevo texto que me ha impactado un poco: usted dice que el francés, lengua que practica admirablemente, es una lengua un poco vulgar.
­Yo no sé si dije eso. A mí no me gustan los sonidos del francés, pero la literatura, la poesía que se ha hecho con esos sonidos es admirable. Creo que, por ejemplo, si hubiera que escoger un solo poeta, sería Verlaine, evidentemente, o quizás Hugo, o el hombre que escribió La chanson de Roland... pero más bien Verlaine.
­Usted piensa que los poetas franceses...
­Montaigne es uno de mis amigos personales.
­¿Montaigne nunca se separa de usted?
­No, nunca me deja... Lo que no me gusta de Francia es el hábito de los cenáculos, el exceso de publicidad, eso lo hacen un poco en todo el mundo.
­Sí, pero usted halla tanto más admirable la literatura francesa en cuanto ella se construye a partir de una lengua que usted no estima del todo notable.
­A mí no me gustan los sonidos del francés[...] Ustedes han perdido las vocales abiertas, mientras que el español no es muy bello pero nosotros hemos conservado las vocales abiertas, el latín y el italiano también; el francés, lengua más rica, es una lengua más de consonantes que de vocales. En inglés es la misma cosa: el antiguo inglés era una lengua de vocales. Parece que el inglés de Shakespeare aún tenía vocales. Nosotros decimos hoy "To be or not to be", mientras que al parecer Shakespeare, evidentemente es una hipótesis, en su tiempo, en el siglo XVII, lo decía: "Too bee or noot too bee"... Se oyen las vocales.
­Se oyen las vocales...
­Y en el presente se han perdido las vocales y la música sigue ahí misteriosamente.
­¿Está de acuerdo con los críticos franceses que dicen de usted, de sus cuentos, de sus poemas, que se dirigen esencialmente al espíritu, a la imaginación, al alma, pero no al corazón?
­El corazón es una metáfora.
­El alma también.
­Si ellos dicen que yo me dirigo al alma, entonces me dirijo al corazón también. Quizás ellos tienen razón. Sí, tienen razón en el sentido de que no quiero ser sentimental; yo lo soy continuamente, en mi vida sobre todo, pero cuando escribo trato de no serlo.
­¿Usted piensa que un escritor no debe ser sentimental?
­No. Pero en su vida, desafortunadamente, uno es muy sentimental, un poco supersticioso.
­¿Usted piensa que cuando el poeta, el contador, se sienta a su mesa de trabajo, debe dejar los sentimientos de lado?
­Creo que los sentimientos no deben expresarse de una manera, digamos, directa. Creo que los sentimientos deben transformarse en metáforas, en fábulas. Por ejemplo, yo creo que toda mi obra es autobiográfica. Conté mi vida disfrazándola, tratando de crear mitos.
­Enmascarándola.
­Sí, enmascarándola. Por ejemplo, cada historia que yo escribo tiene sus fuentes, en una experiencia personal que no he confiado al lector ­nadie tiene derecho a hacer confidencias­, pero que le he contado bajo una forma, digamos, alegórica, metafórica, diciéndole que toda mi obra tiene sus raíces en la emoción. No concibo la literatura como un juego de palabras, como un juego lógico. Creo que si un poema no tiene el sentimiento tras de sí, un sentimiento escondido, no vale nada. No creo que la literatura sea un juego de palabras.
­Pero usted dice que esa emoción no debe liberarse en bruto, que debe recrearse, retrabajarse.
­Creo que ese es el oficio, o si usted quiere­ es una palabra más ambiciosa­, el destino del escritor: cambiar las cosas... Yo mismo tengo la impresión de que todo lo que me sucede, incluso el infortunio, sobre todo el infortunio, me son dados para que yo los cambie en algo, y por eso hay una gran literatura del infortunio y no de la felicidad, que yo sepa. Porque la felicidad es un fin en sí, mientras que el infortunio debe transformarse en otra cosa... Esa cosa es el arte. Puede ser la música, la pintura... En mi caso no es sino la literatura.
Traducción: Juan Moreno Blanco

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