miércoles, 1 de julio de 2009

Los errores de la historia de la literatura (los rechazos más sonados de la industria editorial)

A Jorge Herralde, editor y propietario de Anagrama, le gusta citar a Olivier Cohen: "Un editor no debe ser juzgado por los buenos libros no editados, sino por los malos que publicó". La frase no carece de lógica, pero tampoco esconde el problema: ¿por qué hay editores que eligen los malos en vez de los buenos?


El enigma editorial no tiene solución: nadie sabe por qué un libro triunfa, por qué una novela se edita y fracasa o se rechaza y, con el tiempo, acaba vengándose de los editores que la tiraron a la basura. Rechazar, sin embargo, es el destino infausto de las editoriales. Siempre, y con la crisis más aún.

La historia de las novelas rechazadas es tan amplia que daría para una enciclopedia sobre la historia de la edición. De la edición, sí; y no como parecería más depuradamente "de la no-edición", porque si hablamos de "rechazos" célebres es porque, a la postre, esas novelas han acabado triunfando.

Primera moraleja: afortunadamente, no todos los editores son iguales. Todos coinciden, sin embargo, en que en general se les escapan muy pocas obras maestras, pero la historia de la literatura está sembrada de errores. Aunque algunos, muy célebres, corregidos a tiempo.

Desde 'Cien años de soledad' a 'Lolita'
Carlos Barral se pasó media vida lamentando haber rechazado publicar Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. André Gide, que trabajó de lector para Gallimard, devolvió En busca del tiempo perdido al editor con un comentario del que se arrepintió más tarde: "No puedo comprender que un señor pueda emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más vueltas en su cama antes de encontrar el sueño". En definitiva, la obra maestra de Marcel Proust le parecía un tostón con magdalena.

Los editores que leyeron el original de Lolita, le recomendaron a Nabokov encerrarlo bajo siete llaves. Salvando las distancias del sexo tabú a la timorata política, lo mismo le pasó a Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte.

Richard Brautigan tuvo tiempos de best seller y pop star gracias a los tres millones de ejemplares vendidos de su inclasificable novela/poema en prosa La pesca de la trucha en América; pero aquí, el escritor norteamericano nos interesa por un célebre fracaso: el continuo "no" de los editores a publicar su primera novela, El aborto, y su consecuencia: inspiró una biblioteca de novelas rechazadas en Burlington (Vermont), en donde cualquiera puede depositar resignado y vencido su manuscrito por siempre inédito. Sirva de consuelo.

El rechazo a Harry Potter
Aunque la novela de Brautigan, un icono más tarde olvidado entre lo beatnik y el folk-rock, vio la luz, entre otras por la extinta editorial mexicana Extemporáneos que, en 1972, publicó su única traducción al castellano. La Richard Brautigan Library es territorio sagrado en Bartleby y compañía, exordio entre ficción y realidad de escritores de un único libro y luego sumidos en el silencio, de Enrique Vila-Matas, un autor que también sabe mucho, o eso dice, de rechazos.

A veces, repasar las más famosas injusticias, "desahogarse evocando", como dice Vila-Matas, por ejemplo, que Dublineses, de James Joyce, fue rechazado por 22 editoriales, o, más recientemente, acordándose de que a J. K. Rowling le rechazaron diez veces su primer manuscrito de Harry Potter ?es decir, lo mismo da el día que la noche? antes de que fuese aceptado por Bloomsbury.

Poca gente sabe es que en España siguió el mismo camino bacheado, quedándose al final con la saga la mínima Salamandra. O que, del mismo modo, el manuscrito de El código Da Vinci acabó en España en la joven Umbriel una vez que lo rechazaron todas las grandes. Una a una.

Los Nobel tampoco se libran del rechazo
O bien citando, como hace Vila-Matas, la carta que recibió Oscar Wilde por El abanico de Lady Windermere: "Mi estimado señor, he leído su manuscrito. Ay, mi estimado señor". La Nobel Doris Lessing jugó en 1981, cuando ya era más que famosa por el éxito de El cuaderno dorado, una broma editorial al enviar con el pseudónimo de la inédita Jane Somers una novela a varios editores.

Todos la rechazaron, episodio narrado por la propia Lessing, que llegó a publicar hasta las cartas de la vergüenza, denunciando así algo más que la situación difícil de un escritor desconocido: sino que, en realidad, no se atendiera a la calidad de la obra misma.

No es, por supuesto, el único Nobel. Imre Kertész fue un escritor tardío que empezó a concebir su primera y más popular novela, Sin destino, cuando "había acabado todo cuanto podría llamarse la acumulación de la experiencia vital o de la filosofía de la vida". Así lo expone en el prólogo de la edición de dicha novela en Círculo de Lectores Adan Kovacsics, traductor de buena parte de la obra del autor húngaro en español.

Pues Kovacsics cuenta cómo esa novela, donde se narran las experiencias de un adolescente en el campo de concentración de Auschwitz, ocupó nada menos que 13 años de la vida de Kertész y que éste no lo tuvo fácil a la hora de publicarla. Obtuvo el rechazó editorial y, cuando finalmente llegó a los lectores en 1975, fue recibida con frialdad.

¿Por qué algunas novelas francamente malas se publican?
Mario Puzo tenía 5 hijos, "un trabajo de mierda" y varias novelas rechazadas, aunque seguía soñando con convertirse en el nuevo Kafka. Así que, en un rapto de resignación, decidió escribir una novela banal, El padrino, que para su sorpresa lo haría famosísimo, millonario e inmortal.

Escribir es resistir, pero hay casos en los que el combate parece demasiado duro, demasiado inclemente. "¿Por qué algunas novelas francamente malas se publican y venden fácilmente, mientras que hay buenos autores y libros hermosos que no consiguen ni siquiera ser editados?" Ésta es una pregunta capciosa que, por ejemplo, se hace Rosa Montero.

A veces no hay explicación. Lampedusa se murió sin ver publicado El gatopardo. Ni respuesta alguna. Durante la década de los cincuenta, Philip K. Dick escribe frenéticamente, como hizo toda su vida por otra parte. En seis años escribirá hasta ocho novelas de ficción, ambientadas casi todas en California, y las va enviando por correo a todas las editoriales que conoce en Nueva York.

Para su desdicha, debe recoger cada semana en el buzón escuetas notas del tipo: "Señor Dick, su novela es muy interesante, pero no se adapta al perfil que buscamos en estos momentos. Manténgase en contacto".

Más ejemplos

John Grisham estuvo a punto de ser lo que en realidad quería: jugador de béisbol profesional. Ha acabado siendo el emperador del thriller jurídico (225 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y traducido a 29 idiomas), pero el fracaso inicial de Tiempo de matar, que en 1989 significó su debut tras ser rechazado por un sinfín de editoriales, estuvo a punto de condenarle a seguir con el beisbol, al menos intentándolo.

John Fante también pertenece a esa estirpe de semimalditos que cuentan con un nutrido club de fans (con Charles Bukowski a la cabeza, como presidente honorífico). Fue uno de tantos a quienes se tragó, como guionista, el monstruo de Hollywood. Camino de Los Ángeles, su primera novela, rechazada por la editorial Knopf y publicada póstumamente, es un espléndido método para conocer a Arturo Bandini, el alter ego de Fante. Su escritura descarnada, sin adornos, siempre irónica, no fue un plato al gusto de todos.

También se atragantó a algunos editores la de Graham Greene, que comenzó a escribir por indicación de su psicoanalista a los quince años, atrapado por depresiones e intentos de suicidio. En 1925 trabajaba como periodista y en 1926 se convertía al catolicismo. En 1927 entró en The Times y escribió su primera novela, rechazada por supuesto, Historia de una cobardía. En fin, un apelativo que, a veces, se esconde justamente detrás de la maquinaria editorial.

Los rechazos más crueles
Con evidente mala leche, y paseándose entre la realidad y la ficción, Enrique Vila-Matas cita un artículo en The Globe and Mail en el que el joven escritor canadiense Kevin Chong ? "experto él mismo en el tema del rechazo y en recibir cartas de rechazo"? cuenta que "a veces puede lograrse una negativa malvada sin una sola palabra y cita el caso de una amiga suya que envió un poema a la revista The New Yorker y éste le fue devuelto roto en pedazos, hecho trizas".

Pero el colmo, si seguimos leyendo a Vila-Matas, es narrado por el mismo autor canadiense de ascendencia china: "En un reciente viaje al país de sus antepasados, el propio Chong encontró a un amigo desolado por la carta de rechazo que le habían enviado de una revista china de economía: "Hemos leído con indescriptible entusiasmo su manuscrito. Si lo publicamos, será imposible para nosotros publicar cualquier trabajo de menor nivel. Y como es impensable que en los próximos mil años veamos algo que supere al suyo, nos vemos obligados, para nuestra desgracia, a devolverle su divina composición, y a rogarle mil veces que pase por alto nuestra miopía y timidez".

Sea como fuere, en esta materia, el mejor caso fue el de Malcolm Lowry, un autor obsesivo que vivió a tiempo completo su ebriedad. La magistral novela de Lowry, Bajo el volcán, fue rechazada por doce editoriales en un mismo año. Hoy, por cierto, es un libro imprescindible. Un libro ebrio aunque dueño de sí, como decía su protagonista, El Cónsul, de su estado en una de esas ocasiones en que había bebido hasta la sobriedad. Cualquiera que fuese el significado de lo que quiso decir.

A todos nos cuesta. Es un mundo muy difícil
"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede identificarse: todos los necios se conjuran contra él". La cita es, nada menos, que de Johnathan Swift y viene a propósito por otro ilustre apestado: John Kennedy Toole, que se suicidó creyéndose un escritor frustrado en 1969 ante la imposibilidad de publicar La conjura de los necios. Años después de su muerte, su madre consiguió que una editorial universitaria de Luisiana, al menos, la publicara testimonialmente. O eso creía.

Alabado hoy por la crítica y por los lectores más exigentes, el autor de Tratado de las pasiones del alma, Manual de inquisidores y El orden natural de las cosas, o sea, el portugués Antònio Lobo Antunes, empezó a publicar tardíamente, a los 36 años, y su primer libro fue rechazado sucesivamente otra vez por un montón de editoriales. Hoy es carne de Nobel y afirma que el éxito no ha alterado nunca su vida, tampoco el rechazo: "Si lo que haces es bueno, todo lo que escribes va por delante de tu tiempo y no todo el mundo puede comprenderte".

A todos nos cuesta. Es un mundo muy difícil. Es complicado, como se ve, llegar y publicar. Santiago Roncagliolo, autor de Abril rojo, premio Alfaguara, afirma que "me he dado cuenta de que los escritores que sobrevivimos no somos los más talentosos sino los más tercos, los que estamos dispuestos a seguir por muy difíciles que sean los comienzos. Es un filtro por la vocación. Mi primer libro fue rechazado por catorce editoriales de cuatro países y al final nunca lo publiqué. Mientras era constante y sistemáticamente rechazado, yo me preguntaba por qué seguía escribiendo. La respuesta era que me encantaba hacerlo y que seguiría haciéndolo aunque las cosas fueran mal".

Menuda pregunta
Así, que en cierto modo, la hora llega. Como la de Idelfonso Falcones y La catedral del Mar. "Se lo envié a todas las editoriales, y fui rechazado o ignorado. Recibí cartas donde me respondían que 'no encaja en nuestra línea', 'no nos parece adecuado' ... El impulso para conseguir su publicación se lo debo a mi agente, Sandra Bruna. ¿Cómo puede ser que, por un lado, me digan que es tan buena y, por el otro, haya tenido semejante rechazo?", se cuestiona Falcones.

Menuda pregunta. Luis Landero se pagó parte de sus estudios como tocaor flamenco ?experiencia recogida en parte en su novela El guitarrista?, una vez licenciado dio clases de Literatura Española y en 1989 publicó su primera novela, Juegos de la edad tardía, tras tardar ocho años en escribirla, y una obra que fue rechazada inicialmente por cuatro editoriales y que obtuvo luego los premios Nacional de Literatura, de la Critica, Ícaro y Mediterráneo, y el Grinzane Cavour italiano.

El pintor y escritor Mariano Aguayo ha contado lo que le sucedió a Rogelio Luque. Amparado en su enorme prestigio como librero, recomendó a un editor amigo suyo de Barcelona un autor primerizo que había escrito unos relatos, quería publicarlos y no tenía quien los quisiera. Todo un clásico. El catalán, muy afectuosa y razonadamente, declinaba el honor de la publicación. Pero en la carta decía, entre cínico y realista, algo que no he olvidado. "Mire usted, señor Luque, un libro lo escribe cualquiera. Lo difícil es venderlo". Va a ser que sí. ¿O no?

Una historia de rechazos infinitos
El mismísimo William Faulkner diría que no. También se topó con el rechazo, pero con la que iba a ser su tercera novela, de la que había cobrado incluso algún adelanto, Banderas en el polvo. Pero la carta que recibió de su editor habría hundido a cualquiera: no sólo le devolvía el manuscrito de la novela, que le parecía confusa y desordenada, sino que le sugería, casi por su bien, que no se la mostrara a ningún otro editor.

Lo que hizo fue sentarse de nuevo en su escritorio y empezar un libro no ya difícil, sino casi imposible: un libro, según Antonio Muñoz Molina, que escribiría no para los editores ni para los críticos o el público, sino exclusivamente para sí mismo, como si no hubiera nada ni nadie más en el mundo, El ruido y la furia.

Como se ve, la historia de la literatura es un rechazo infinito, una ceguera increíble, retazos de malas digestiones con obras, más tarde, esenciales. Es el sino de la edición: pasó, pasa y pasará. El último es el caso de una ex empleada británica de correos cuya primera novela fue rechazada por veinte agentes literarios del Reino Unido antes de que una mínima editorial se diera cuenta de sus posibilidades: ahora ha sido galardonada con el prestigioso premio Costa Book Awards. Catherine O'Flynn, de 37 años, es la autora de What Was Lost.

¿Qué nos hemos perdido?
Y eso es precisamente lo que cuestiona el errabundo gusto de los editores: ¿Qué hemos perdido? Porque muchas novelas se han, tarde o temprano, recuperado, pero ¿cuántas se han quedado en el camino? ¿Cuántas han acabado con notables carreras literarias? ¿Cuántas esperan su oportunidad? "Las novelas rechazadas no tienen por qué ser peores que las publicadas. Es, ya digo, cuestión de suerte, de oportunidad. Pero hay muchas otras editoriales"?, responde Rocangliolo.

Será. La primera novela de Alberto Ruy Sánchez, Los nombres del aire, fue rechazada por 10 editores mexicanos y 29 ingleses. Desde que logró publicarla, en 1987, las reediciones son anuales, se ha traducido a más de treinta idiomas y es una obra de culto que ha dado pie a que la saga continúe con En los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador, entre otras.

"Es una casualidad - admite-, cuando alguien escribe con la preocupación formal que yo tengo, obtener el favor del público". Y del editor.
Juan Carlos Rodríguez
Fuente:http://ecodiario.eleconomista.es/libros/noticias/779833/10/08/Los-errores-de-la-historia-de-la-literatura-los-rechazos-mas-sonados-de-la-industria-editorial.html

viernes, 5 de junio de 2009

MARÍA KODAMA

¿LA “YOKO ONO” DE BORGES?




“SOY PRISIONERA DE MI PROPIA LIBERTAD”



Por: Patricio López Tobares



MARÍA KODAMA ES MUCHO MAS QUE LA VIUDA DE BORGES. FUE SU COMPAÑERA, SU DISCÍPULA. Y ES EN SI MISMA UNA CREADORA Y UNA INTELECTUAL CON LUZ PROPIA.

Definir a María Kodama es una tarea difícil. Su presencia es una mezcla de misterio oriental y sabiduría ancestral. Su tono de voz es pausado, sereno pero concreto. No dice una sóla palabra de más, tampoco las retacea.
Fue durante años, la sombra de un genio. Una sobra que no cesó de aprender y crecer interiormente. No por nada tuvo el privilegio de ser la compañera de Borges, algo que ganó por derecho propio.

Conseguir una entrevista con María Kodama es una tarea difícil. Primero, tratar de ubicarla (trabaja todo el día y viaja continuamente), y luego combinar su apretadísima agenda. pasando por cábalas, por ejemplo, no da entrevistas un día 13, y menos si es viernes. Luego de sortear todo eso, y una vez con la entrevistada, el momento se transforma en un placer.

- En muchas entrevistas suyas, Ud. es consideraba la libertad como algo muy importante...
- La libertad es fundamental. Yo soy prisionera de la libertad. Eso conlleva una situación de respeto hacia ella, es pesadísima. Mi padre me enseñó a ser libre, me inculcó que la libertad es respeto, asumir una responsabilidad.

- ¿Cómo fue la educación junto a su padre?
- Tuve una formación maravillosa, mi padre me trataba como a un adulto. El me enseñó la estética, la belleza. Salvó mi vida.

- Hay una faceta de María Kodama que pocos conocen, que es la de escritora, ¿cuando se conocerá públicamente?
- Pronto. Ocurre que soy meticulosa con ese trabajo. Escribo sin hacer borradores pues pienso mucho lo que voy a escribir. De a poco. Mi vida es tipo hormiguita. Hace tiempo que estoy con mi primer libro entre manos. Borges quería prologarlo, yo quería tomarme mi tiempo y el me decía “María, no exageremos”. Voy a publicarlo, pero tengo que hacerlo con serenidad, con alegría.

- ¿Cómo se lleva con la soledad?
- Me encanta la soledad, poseo una comunicación magnífica con ella. Estoy siempre en actividad. Estar “solo” es estar aburrido, sin hacer nada.

- Además de sus múltiples actividades, ¿qué le gusta hacer?
- Tomar baños de inmersión escuchando clásicos griegos en cassette, en griego antiguo. Nadie logró una disección del alma humana como los trágicos, hablan del horror del mundo, del ser humano. Son grandes conocedores del alma, observadores agudos y profundos.

- Pregunta obvia, ¿lee mucho?
- Sí, y soy selectiva. Me gusta leer mucho en lenguas muertas. De lo contemporáneo me gusta Cortázar, García Márquez, Orozco, Goytisolo, Saramago, Fuentes. Traducciones de autores japoneses al francés. Clásicos en inglés y francés.

- Posee una especial fascinación por los idiomas...
- Desde muy chica, más con las lenguas muertas. Ejercían en mí una fascinación. Copiaba letras de escrituras babilónicas, sirias.

- ¿En qué cree?
- No creo en nada, y me divierte. Creo que en mi vida pasan cosas extrañas, que se unen, como dibujos; en mi caso son obvios y evidentes. Muy fuertes. Hay una serie de personas que se unen en eso. Soy agnóstica, pero no lo niego, algún día creeré. Sí creo en la ética, ayuda a mantener una línea de conducta. Trato de tener una conducta lo más coherente que puedo.

Inevitablemente, en medio de la conversación, no pudimos dejar de tocar un tema importante, Borges, de él ella dijo :
- Yo no hice mi duelo todavía por Borges. Algún día deberé hacerlo. Es un recuerdo real, estoy en contacto con su alma, su obra. Para mí está vivo.

- ¿ Fue difícil “ocultarse detrás de él?
- Nunca pensé una popularidad mía. Yo lo quería a él, como persona, aún prescindiendo todo lo genial. La relación se dió desde otro punto de vista, de alguien que era su alumna. Me interesaba él, para mí era mágico.

- ¿Volvería a casarse?
- ¡Qué aburrido! No sé si soy libre, intento, es el valor más alto, sacrifico cualquier cosa por la libertad.

- ¿Cómo la vive?
- Me dejo invadir por las cosas nuevas y las experiencias. Me divierto. Es lo fascinante de la vida.

- ¿Proyecta su vida?
- Nunca proyecto, porque luego sale para otro lado. Lo mejor es dejarse llevar y que el destino haga lo que quiera.

- ¿Siente que muchos las ven como la “Yoko Ono” de Borges?
- ¡Qué divertido! Pensándolo bien, creo que puede ser. Mucha gente intenta hacerme las cosas demasiados difíciles.

KODAMA DIXIT

“Hay un país que se construye en otro lado.”
“Uno es de lo que se alimenta.”
“Todo lo que causa la más mínima dificultad, espanta.”
“No me gusta el jardín de infantes.”
“La “s” en los poemas era como la serpiente en el paraíso.”
“Todavía queda gente que lee, pero hay que reconocer que existe una falla en la educación.”

EL TIEMPO RECOBRADO

- Color de su infancia: Celeste
- Olor de su infancia: Jazmín
- Una frase de su infancia : “De mi infancia, antes de la liberación, estoy aburrida”
- Un libro de su infancia : “Alicia en el país de las maravillas” Siento todavía fascinación por esa criatura que puede metemorfosearse todo el tiempo.
- Un amigo de su infancia : Hubo muchos. Era capitana de un grupo de varones. Yo era terrible, y ellos me protegían. A mi me gustaba treparme a los árboles, jugar a la pelota.
- Un lugar de su infancia : Plaza Francia
- Primer amor...Borges
- Un sueño de la adolescencia...Ir a la luna.
- Un ideal de la adolescencia...Tener el talento de Einstein y la paciencia de Gandhi.
- Lugar ideal para vivir...Buenos Aires.


- ¿Qué pretende de la vida? Vivirla.
- ¿Cuál es el rasgo de su personalidad que menos le gusta? Mi timidez.
- Escritores preferidos : Borges, Cortázar, García Márquez, Frost, Emily Dickinson, Goytisolo.
- ¿Qué cualidad valora en un hombre? ¿Y en una mujer? El sentido ético en ambos.
- ¿Cómo le gusta pasar su tiempo libre? No tengo tiempo libre.
- ¿Qué rasgo físico suyo le gusta? Quizá la sonrisa.
- ¿Tiene héroes en su vida? Lawrence de Arabia. También una especie de héroe es Alberto Girri.
- ¿Qué le hubiese gustado hacer que nunca hizo? Manejar un avión, esa era mi fantasía.
- ¿Qué aspecto mira primero en una persona? La mirada.
- Estado actual de su espíritu : Optimo.

PERFIL DE MARÍA K.

- Primer libro leído: “Alicia en el país de las maravillas”
- Libro favorito de todos los tiempos...
“La Ilíada”
- Libro favorito propio...
“Las Tragedias griegas”
- Habilidad que le hubiese gustado tener...
Saber dibujar.
- ¿Qué le gusta comer?
Nada. Voy a ser feliz cuando uno se alimente con cápsulas, frutillas y fresas.
- Sobrenombres que tuvo...
Un sobrenombre secreto como el secreto nombre de Roma.
- Juguete favorito de su niñez...
Los libros.
- ¿colecciona algo?
No, creo que hay algo enfermo en coleccionar.
- ¿Le gustan los dibujos animados?
Sí, Tom y jerry.
- ¿Con quién trabajaría en equipo?
En un film junto a Igmar Bergman y Sally Potter.

- Persona que le gustaría conocer...
Peter Otoole
- Música favorita...
Mucha y distinta. Cámara, rock, spirituals.
- Programa de TV favorito...
No tengo televisión.
- ¿Le gusta el cine?
Mucho. Soy una amante del cine, compulsiva, veo todo. Es una ceremonia.
- Próximo libro a escribir...
Estoy haciendo una especia de trípticos.

MARÍA KODAMA

¿LA “YOKO ONO” DE BORGES?




“SOY PRISIONERA DE MI PROPIA LIBERTAD”



Por: Patricio López Tobares



MARÍA KODAMA ES MUCHO MAS QUE LA VIUDA DE BORGES. FUE SU COMPAÑERA, SU DISCÍPULA. Y ES EN SI MISMA UNA CREADORA Y UNA INTELECTUAL CON LUZ PROPIA.

Definir a María Kodama es una tarea difícil. Su presencia es una mezcla de misterio oriental y sabiduría ancestral. Su tono de voz es pausado, sereno pero concreto. No dice una sóla palabra de más, tampoco las retacea.
Fue durante años, la sombra de un genio. Una sobra que no cesó de aprender y crecer interiormente. No por nada tuvo el privilegio de ser la compañera de Borges, algo que ganó por derecho propio.

Conseguir una entrevista con María Kodama es una tarea difícil. Primero, tratar de ubicarla (trabaja todo el día y viaja continuamente), y luego combinar su apretadísima agenda. pasando por cábalas, por ejemplo, no da entrevistas un día 13, y menos si es viernes. Luego de sortear todo eso, y una vez con la entrevistada, el momento se transforma en un placer.

- En muchas entrevistas suyas, Ud. es consideraba la libertad como algo muy importante...
- La libertad es fundamental. Yo soy prisionera de la libertad. Eso conlleva una situación de respeto hacia ella, es pesadísima. Mi padre me enseñó a ser libre, me inculcó que la libertad es respeto, asumir una responsabilidad.

- ¿Cómo fue la educación junto a su padre?
- Tuve una formación maravillosa, mi padre me trataba como a un adulto. El me enseñó la estética, la belleza. Salvó mi vida.

- Hay una faceta de María Kodama que pocos conocen, que es la de escritora, ¿cuando se conocerá públicamente?
- Pronto. Ocurre que soy meticulosa con ese trabajo. Escribo sin hacer borradores pues pienso mucho lo que voy a escribir. De a poco. Mi vida es tipo hormiguita. Hace tiempo que estoy con mi primer libro entre manos. Borges quería prologarlo, yo quería tomarme mi tiempo y el me decía “María, no exageremos”. Voy a publicarlo, pero tengo que hacerlo con serenidad, con alegría.

- ¿Cómo se lleva con la soledad?
- Me encanta la soledad, poseo una comunicación magnífica con ella. Estoy siempre en actividad. Estar “solo” es estar aburrido, sin hacer nada.

- Además de sus múltiples actividades, ¿qué le gusta hacer?
- Tomar baños de inmersión escuchando clásicos griegos en cassette, en griego antiguo. Nadie logró una disección del alma humana como los trágicos, hablan del horror del mundo, del ser humano. Son grandes conocedores del alma, observadores agudos y profundos.

- Pregunta obvia, ¿lee mucho?
- Sí, y soy selectiva. Me gusta leer mucho en lenguas muertas. De lo contemporáneo me gusta Cortázar, García Márquez, Orozco, Goytisolo, Saramago, Fuentes. Traducciones de autores japoneses al francés. Clásicos en inglés y francés.

- Posee una especial fascinación por los idiomas...
- Desde muy chica, más con las lenguas muertas. Ejercían en mí una fascinación. Copiaba letras de escrituras babilónicas, sirias.

- ¿En qué cree?
- No creo en nada, y me divierte. Creo que en mi vida pasan cosas extrañas, que se unen, como dibujos; en mi caso son obvios y evidentes. Muy fuertes. Hay una serie de personas que se unen en eso. Soy agnóstica, pero no lo niego, algún día creeré. Sí creo en la ética, ayuda a mantener una línea de conducta. Trato de tener una conducta lo más coherente que puedo.

Inevitablemente, en medio de la conversación, no pudimos dejar de tocar un tema importante, Borges, de él ella dijo :
- Yo no hice mi duelo todavía por Borges. Algún día deberé hacerlo. Es un recuerdo real, estoy en contacto con su alma, su obra. Para mí está vivo.

- ¿ Fue difícil “ocultarse detrás de él?
- Nunca pensé una popularidad mía. Yo lo quería a él, como persona, aún prescindiendo todo lo genial. La relación se dió desde otro punto de vista, de alguien que era su alumna. Me interesaba él, para mí era mágico.

- ¿Volvería a casarse?
- ¡Qué aburrido! No sé si soy libre, intento, es el valor más alto, sacrifico cualquier cosa por la libertad.

- ¿Cómo la vive?
- Me dejo invadir por las cosas nuevas y las experiencias. Me divierto. Es lo fascinante de la vida.

- ¿Proyecta su vida?
- Nunca proyecto, porque luego sale para otro lado. Lo mejor es dejarse llevar y que el destino haga lo que quiera.

- ¿Siente que muchos las ven como la “Yoko Ono” de Borges?
- ¡Qué divertido! Pensándolo bien, creo que puede ser. Mucha gente intenta hacerme las cosas demasiados difíciles.

KODAMA DIXIT

“Hay un país que se construye en otro lado.”
“Uno es de lo que se alimenta.”
“Todo lo que causa la más mínima dificultad, espanta.”
“No me gusta el jardín de infantes.”
“La “s” en los poemas era como la serpiente en el paraíso.”
“Todavía queda gente que lee, pero hay que reconocer que existe una falla en la educación.”

EL TIEMPO RECOBRADO

- Color de su infancia: Celeste
- Olor de su infancia: Jazmín
- Una frase de su infancia : “De mi infancia, antes de la liberación, estoy aburrida”
- Un libro de su infancia : “Alicia en el país de las maravillas” Siento todavía fascinación por esa criatura que puede metemorfosearse todo el tiempo.
- Un amigo de su infancia : Hubo muchos. Era capitana de un grupo de varones. Yo era terrible, y ellos me protegían. A mi me gustaba treparme a los árboles, jugar a la pelota.
- Un lugar de su infancia : Plaza Francia
- Primer amor...Borges
- Un sueño de la adolescencia...Ir a la luna.
- Un ideal de la adolescencia...Tener el talento de Einstein y la paciencia de Gandhi.
- Lugar ideal para vivir...Buenos Aires.


- ¿Qué pretende de la vida? Vivirla.
- ¿Cuál es el rasgo de su personalidad que menos le gusta? Mi timidez.
- Escritores preferidos : Borges, Cortázar, García Márquez, Frost, Emily Dickinson, Goytisolo.
- ¿Qué cualidad valora en un hombre? ¿Y en una mujer? El sentido ético en ambos.
- ¿Cómo le gusta pasar su tiempo libre? No tengo tiempo libre.
- ¿Qué rasgo físico suyo le gusta? Quizá la sonrisa.
- ¿Tiene héroes en su vida? Lawrence de Arabia. También una especie de héroe es Alberto Girri.
- ¿Qué le hubiese gustado hacer que nunca hizo? Manejar un avión, esa era mi fantasía.
- ¿Qué aspecto mira primero en una persona? La mirada.
- Estado actual de su espíritu : Optimo.

PERFIL DE MARÍA K.

- Primer libro leído: “Alicia en el país de las maravillas”
- Libro favorito de todos los tiempos...
“La Ilíada”
- Libro favorito propio...
“Las Tragedias griegas”
- Habilidad que le hubiese gustado tener...
Saber dibujar.
- ¿Qué le gusta comer?
Nada. Voy a ser feliz cuando uno se alimente con cápsulas, frutillas y fresas.
- Sobrenombres que tuvo...
Un sobrenombre secreto como el secreto nombre de Roma.
- Juguete favorito de su niñez...
Los libros.
- ¿colecciona algo?
No, creo que hay algo enfermo en coleccionar.
- ¿Le gustan los dibujos animados?
Sí, Tom y jerry.
- ¿Con quién trabajaría en equipo?
En un film junto a Igmar Bergman y Sally Potter.

- Persona que le gustaría conocer...
Peter Otoole
- Música favorita...
Mucha y distinta. Cámara, rock, spirituals.
- Programa de TV favorito...
No tengo televisión.
- ¿Le gusta el cine?
Mucho. Soy una amante del cine, compulsiva, veo todo. Es una ceremonia.
- Próximo libro a escribir...
Estoy haciendo una especia de trípticos.

martes, 28 de abril de 2009

CUENTOS UNIVERSALES

Franz Kafka
(Praga, 1883 - 1924)


Ante la ley


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
—Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.
—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para tí. Ahora voy a cerrarla.

ENTREVISTA: PAUL AUSTER Escritor y director



"Mis obras se aman o se odian"

Novelas como La música del azar, Mr. Vértigo o La trilogía de Nueva York lo han consagrado como un gran narrador. Ahora su desafío es el cine, y acaba de estreEntre músicas del azar y libros de las ilusiones, la obra literaria de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) fue creciendo y creciendo hasta abandonar la piel del escritor solitario para mudarse en estrella del rock, del rock editorial, se entiende. Pero al hombre que lo tenía todo, al ídolo de seguidores borrachos de páginas inquietantes, siempre le picó la urticaria del cine y así, tras codirigir Blue in the face junto a su ex amigo Wayne Wang, se lanzó en solitario a la aventura de Lulu on the Bridge, experiencia que pese a la presencia del gran Harvey Keitel le salió sólo regulín. Ahora vuelve a las pantallas españolas con su segunda autoría absoluta como director: La vida interior de Martin Frost, estrenada en el último Festival de San Sebastián, donde el autor de Mr. Vertigo y La trilogía de Nueva York ejerció, además, de presidente del jurado.
Pregunta. La historia de un hombre que escribe la historia de un hombre que escribe la historia de un hombre: como poco, una trama complicada, ¿no cree?
Respuesta. Pues sí, corrí el riesgo de perderme en la jungla de las complicaciones, pero creo que merecía la pena. Ese riesgo reflejaba mis opiniones personales acerca del proceso creativo, que tiende a querer hacer cosas distintas a las demás. En este caso, quería una película distinta, algo que no se hubiese visto antes, y sabía que eso molestaría mucho a unos y gustaría bastante a otros.
P. Siempre habla usted de su cine como algo que o bien se ama o bien se odia. ¿Por qué hay que ser tan radicales, es que no hay término medio?
R. Bueno, eso es algo que también sucede con mis libros, se aman o se odian... y la verdad es que ya estoy acostumbrado. Es una manera dolorosa de vivir, pero es la historia de mi vida (risas).
P. ¿Hasta qué punto son sus películas una prolongación de sus libros?
R. Bueno, por ahora he hecho sólo dos películas totalmente mías. Y puedo decirle que las dos son una extensión de mi trabajo como escritor, porque ambas nacen de lo más profundo de mi imaginación. Sin embargo, eran dos historias que necesitaban imperativamente ser contadas de manera visual, y no literaria. Y en ambos casos, el enfoque es digamos que mucho más pequeño que en el de mis novelas. Casi podemos hablar de películas que son como dos relatos cortos.
P. El mundo del cine no está siendo demasiado simpático con Paul Auster. Tuvo problemas para estrenar en los circuitos comerciales Lulu on the Bridge, y ahora los ha tenido para financiar La vida interior de Martin Frost...
R. Bueno, fue una compañía inglesa la que financió Lulu on the Bridge. Una compañía liderada por dos mujeres muy entusiastas al principio, pero que no entendieron bien el espíritu de la película. Se creyeron que estaban financiando una película comercial... ¡no sé en qué estaban pensando! Exigieron un montón de dinero increíble a los distribuidores. Y la cosa no funcionó. Nunca llegó a estrenarse en cines en EE UU, sólo en DVD y en televisión.
P. ¿Cómo se recibió en su país La vida interior de Martin Frost?
R. Se estrenó a primeros de septiembre y fue masacrada por los críticos. Me sentí como Jesús en la cruz. O como san Sebastián con las flechas clavadas. Terrible.
P. Después de estas dos películas, ¿de verdad espera usted una carrera como cineasta o son sólo experiencias puntuales?
R. No, no. Es sólo una actividad ocasional. Eso sí, me gustaría hacer otra película algún día.
P. Le masacra la crítica, estrena con dificultad o no estrena... pero quiere hacer más películas: perdone, pero ¿cómo se llama el masoquista que lleva dentro?
R. (Risas) Sí, sí, lo soy un poco, lo reconozco. La verdad es que al hacer películas se experimenta mucho placer. Trabajas con otras personas, y eso para mí ya está bien. Hay que tener en cuenta que paso la mayor parte de mi tiempo encerrado en una habitación, trabajando solo. Ya veremos lo que trae el futuro. Quién sabe, a lo mejor podría morirme esta tarde, no se pueden hacer planes.
P. ¿Es verdad que en el fondo usted siempre quiso ser director de cine pero que por su timidez acabó siendo escritor?
R. Eso es así. Y el cine es un escape que me lo hace pasar bien. Disfruto con la música, disfruto con el decorado, disfruto con la producción, disfruto con la peluquería, pero sobre todo disfruto con el trabajo junto a los actores... porque en el fondo pienso que los actores y los escritores somos muy parecidos. Los dos intentamos que los seres imaginarios se vuelvan reales. Un actor lo hace con su cuerpo y un escritor, con su bolígrafo. ¡Ah!, y luego está la parte del montaje, que es la parte más emocionante de una película, y desde luego la que más se parece al oficio de escribir.
P. ¿Qué diferencias hay entre escribir un guión y una novela?
R. No tiene nada que ver. Si escribo una novela, siento como si estuviera viéndolo todo en tres dimensiones. Pero si escribo un guión, pienso en un rectángulo, y además todo va cortado en trocitos y todo es diálogo. En mis novelas, apenas hay diálogos.
P. Lo mismo esto le parece una barbaridad, pero ¿estaría de acuerdo en que un libro puede equivaler a una esposa y una película a una amante? Una permanece, la otra es fugaz.
R. Claro, claro, a la una puedes volver siempre, y a la otra no. Es una estupenda idea, sí, aunque a mí no se me había ocurrido hasta ahora mismo. ¡Pero el mundo ha cambiado y ahora tenemos DVD! Y a esos sí que los puedes manosear y volver a ellos todo el rato...
P. Viendo La vida interior... uno vuelve a concluir que el humor puede convertirse en el mejor subrayado del patetismo...
R. Estaba esperando que me dijera eso, ha tardado mucho. El humor es algo extraordinario, también terrible. El humor puede retratar la soledad de una forma feroz.
P. ¿Y el azar? Parece ejercer una gran influencia en su obra.
R. La muerte de un amigo mío al que atravesó un rayo cuando tenía sólo 14 años me marcó. Supongo que ésa es la explicación. Todo puede cambiar de golpe.
P. ¿Son sus libros las cosas que le han pasado?
R. No son autobiográficos, pero a veces uso en ellos cosas que me han pasado.
P. Está usted en una edad, digamos, simbólica. Los 60. ¿Está cansado?
R. Me siento como si tuviera 30. Como si acabara de empezar.
P. Lou Reed dejó dicho en My house cuál era la trilogía de su vida: "Mi escritura, mi motocicleta y mi mujer". ¿Y la suya?
R. Quite usted lo de la motocicleta y ahí está la mía. Como dijo Freud, "amor y trabajo". Ahí está lo esencial.
BORJA HERMOSO

lunes, 27 de abril de 2009

EDGAR ALLAN POE(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

El Barril de Amontillado


Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Vosotros, que conocéis tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegaréis a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.
Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.
Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de estos.
Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.
—Querido Fortunato —le dije en tono jovial—, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.
—¿Cómo? —dijo él—. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!
—Por eso mismo le digo que tengo mis dudas —contesté—, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.
—¡Amontillado!
—Tengo mis dudas.
—¡Amontillado!
—Y he de pagarlo.
—¡Amontillado!
—Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. El es un buen entendido. El me dirá...
—Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.
—Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.
—Vamos, vamos allá.
—¿Adónde?
—A sus bodegas.
—No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi...
—No tengo ningún compromiso. Vamos.
—No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.
—A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.
Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.
Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.
El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.
—¿Y el barril? —preguntó.
—Está más allá —le contesté—. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva.
Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.
—¿Salitre? —me preguntó, por fin.
—Salitre —le contesté—. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?
—¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...!
A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.
—No es nada —dijo por último.
—Venga —le dije enérgicamente—. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi...
—Basta —me dijo—. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.
—Verdad, verdad —le contesté—. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.
Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.
—Beba —le dije, ofreciéndole el vino.
Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.
—Bebo —dijo— a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.
—Y yo, por la larga vida de usted.
De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.
—Esas cuevas —me dijo— son muy vastas.
—Los Montresors —le contesté— era una grande y numerosa familia.
—He olvidado cuáles eran sus armas.
—Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.
—¡Muy bien! —dijo.
Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.
—El salitre —le dije—. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...
—No es nada —dijo—. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.
Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.
Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
—¿No comprende usted? —preguntó.
—No —le contesté.
—Entonces, ¿no es usted de la hermandad?
—¿Cómo?
—¿No pertenece usted a la masonería?
—Sí, sí —dije—; sí, sí.
—¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?
—Un masón —repliqué.
—A ver, un signo —dijo.
—Éste —le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.
—Usted bromea —dijo, retrocediéndo unos pasos—. Pero, en fin, vamos por el amontillado.
—Bien —dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.
Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.
Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.
En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.
—Adelántese —le dije—. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...
—Es un ignorante —interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.
En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.
—Pase usted la mano por la pared —le dije—, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.
—¡El amontillado! —exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.
—Cierto —repliqué—, el amontillado.
Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tarde en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior.
Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.
Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.
Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:
—¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!
—El amontillado —dije.
—¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.
—Sí —dije—; vámonos ya.
—¡Por el amor de Dios, Montresor!
—Sí —dije—; por el amor de Dios.
En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:
—¡Fortunato!
No hubo respuesta, y volví a llamar.
—¡Fortunato!
Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado.
In pace requiescat!

martes, 24 de marzo de 2009

Neuman obtiene el XIIº Premio Alfaguara de Novela





El escritor hispanoargentino Andrés Neuman, ganador del XIIº Premio Alfaguara de
Un retrato futurista del pasado
Andrés Neuman gana el Premio Alfaguara de Novela con 'El viajero del siglo' - El autor firma una aproximación "posmoderna" a la Europa del siglo XIX


Neuman describió el libro ganador, cuya escritura le ha llevado seis años, como "una novela futurista que sucede en el pasado", y Luis Goytisolo, presidente del jurado, situó ese pasado alrededor de 1830, en la Alemania posnapoleónica. Lo hizo en un acto que se abrió con un recuerdo para los fallecidos Isabel y Jesús de Polanco, impulsores del premio, y en el que todos los miembros del jurado trataron de dar con la mejor definición posible para la historia de un viajero atrapado en una ciudad imaginaria.

"No una novela histórica, sino posmoderna", dijo el novelista chileno Carlos Franz, que destacó el "temblor de irrealidad" que le había producido la lectura de un relato que mezcla, dijo, intriga, amor, pensamiento y erudición. La escritora mexicana Ana Clavel subió la apuesta: "Una mezcla entre La educación sentimental de Flaubert y El castillo de Kafka relatada con aliento proustiano en su búsqueda por recuperar el tiempo ido". Julio Ortega, profesor peruano de la universidad estadounidense de Brown, destacó que, por la condición de poeta de su autor y por la ambición de El viajero del siglo, el Alfaguara había premiado "la literatura". Entretanto, Gonzalo Suárez subrayó que la novela de Neuman es como Wandernburgo, la ciudad en la que sucede: "Tan fácil de entrar en ella como difícil de salir". Por su parte, Juan González, representante de la editorial con voz pero sin voto, destacó el paralelismo entre la Europa que retrata la obra ganadora y la actual.

Desde Granada, la ciudad a la que llegó desde Argentina con 14 años, "pixelado y emocionado" y con los segundos de retraso que impone una videoconferencia, Andrés Neuman asistía feliz a una ceremonia presidida por Ignacio Polanco, presidente del Grupo PRISA, y presentada por Juan Cruz. Así pues, a distancia recibió la felicitación de anteriores ganadores del Premio Alfaguara como los españoles Manuel Vicent y Clara Sánchez, el peruano Santiago Roncagliolo y, desde Miami, el cubano Antonio Orlando Rodríguez.

Todos insistieron en la maratoniana promoción por España y América Latina que espera al nuevo laureado desde que el próximo 26 mayo reciba el galardón en Madrid. Como aperitivo, se lanzó a una rueda de prensa transatlántica que pasó por Miami, se detuvo en Ciudad de México y culminó en Buenos Aires. Al hablar con los periodistas convocados en su ciudad natal, Andrés Neuman cambió el acento granadino por el porteño y el tuteo por el voseo para recordar que en España lo toman por latinoamericano y en Latinoamérica por español. Y eso, dice, es él mismo, "de todas partes y de ninguna, bífido". Como la lengua híbrida en la que escribe, "sin localismos pero sin esa estandarización de los subtítulos del cine".

En ese "castellano Frankenstein" ha escrito sus libros de poemas, reunidos recientemente en el volumen Década. 1997-2007 (Acantilado), y las tres novelas que lo han situado como una de las voces más brillantes de la narrativa latinoamericana reciente: Bariloche (Anagrama), que, con sólo 22 años, le valió a Neuman ser finalista del Premio Herralde en 1999; La vida en las ventanas (Espasa), finalista del Premio Primavera en 2002, y Una vez Argentina (Anagrama), la historia novelada de su propia familia y, de nuevo, finalista del Herralde en 2003.

Cuando le preguntaron si sentía la identidad como una preocupación, el escritor hispano-argentino asintió, para, sin mayor retraso que el que imponían la técnica y la larga distancia, matizar: "Me interesa la pregunta por el extranjero que hay en todos nosotros siempre que la respuesta no sea unívoca. Por eso en la novela hay una cita de Steiner: 'Los vegetales tiene raíces. Los hombres y las mujeres tienen pies'. No creo en el esencialismo de la identidad".

lunes, 23 de marzo de 2009

Primeras páginas El viajero del siglo

`PEl viajero del siglo
Andrés Neuman






¿Tie-ne frí-o-o?, gritó el cochero con la voz entrecortada por los saltos del carruaje. ¡Voy bie-e-en, gra-cias!, contestó Hans tiritando.
Luciérnagas desenfocadas, los faroles se agitaban al ritmo del galope. Las ruedas escupían barro. A punto de partirse, los ejes se torcían en cada bache. Los caballos inflamaban las mandíbulas, despedían nubes por las bocas. Sobre la línea del horizonte rodaba una luna opaca.
Hacía rato que Wandernburgo se dibujaba a lo lejos, al sur del camino. Pero, pensó Hans, como suele pasar al final de una jornada agotadora, aquella pequeña ciudad parecía desplazarse con ellos. Encima de la cabina el cielo pesaba. Con cada latigazo del cochero el frío se envalentonaba y oprimía el contorno de las cosas. ¿Fal-ta-a mu-cho?, preguntó Hans asomando la cabeza por la ventanilla. Tuvo que repetir dos veces la pregunta para que el cochero saliera de su ruidosa atención y, señalando con la fusta, exclamase: ¡Ya-a lo ve us-te-e-ed! Hans no supo si eso significaba que faltaban pocos minutos o que nunca se sabía. Como era el último pasajero y no tenía con quién hablar, cerró los ojos para descansar la vista.
Cuando volvió a abrirlos, vio una muralla de piedra y una puerta abovedada. A medida que se acercaban, Hans percibió algo anómalo en la robustez de la muralla, una especie de advertencia sobre la dificultad de salir, más que de entrar. A la luz ahogada de las farolas divisó las siluetas de los primeros edificios, las escamas de unos tejados, torres afiladas, ornamentos como vértebras. Tuvo la sensación de ingresar en un lugar recién desalojado, de que los golpes de los cascos y las sacudidas de las ruedas sobre los adoquines producían demasiado eco. Todo estaba tan quieto que parecía que alguien los espiaba conteniendo la respiración. El carruaje giró en una esquina, el sonido del galope se ensordeció: ahora el suelo era de tierra. Atravesaron la Calle del Caldero Viejo. Hans divisó un letrero de hierro balanceándose. Le indicó al cochero que parase.
El cochero descendió del pescante y al pisar tierra pareció desconcertado. Dio dos o tres pasos, se miró los pies, sonrió con extravío. Acarició el lomo del primer caballo, le susurró unas palabras de gratitud a las que el animal replicó resoplando. Hans ayudó al cochero a desatar las cuerdas de la baca, a retirar la lona mojada, a bajar su maleta y un gran arcón con manijas. ¿Qué lleva aquí, un muerto?, se quejó el cochero dejando caer el arcón y frotándose las manos. Un muerto no, sonrió Hans, unos cuantos. El cochero soltó una carcajada brusca, aunque una ráfaga de alarma le cruzó el rostro. ¿Usted también va a pasar la noche aquí?, preguntó Hans. No, explicó el cochero, yo sigo hasta Wittenberg, ahí conozco un buen sitio para dormir y hay una familia que necesita ir a Leipzig. Después, mirando de reojo el letrero que chirriaba, agregó: ¿Seguro que no quiere seguir un poco más? Gracias, dijo Hans, aquí está bien, necesito descansar. En realidad voy a Dessau, pero me gusta parar por el camino. Como quiera, señor, como quiera, dijo el cochero antes de carraspear varias veces. Hans le pagó, rechazó las monedas que sobraban y se despidió de él. A sus espaldas sonó un latigazo, el estremecimiento de la madera, la percusión de los cascos alejándose.
Fue al quedarse solo con su equipaje frente a la posada cuando notó los aguijones en la espalda, el vaivén en los músculos, el zumbido en las sienes. Conservaba la sensación del traqueteo, las luces seguían pareciéndole parpadeantes, las piedras movedizas. Hans se frotó los ojos. Las ventanas empañadas no dejaban ver el interior de la posada. Llamó a la puerta, de la que aún colgaba una magra corona navideña. Nadie acudió. Probó el picaporte helado. La puerta cedió a empujones. Divisó un pasillo alumbrado con candiles de aceite que pendían de un garfio. Sintió el beneficio cálido del interior. Al fondo del pasillo se oía un alborotar de chispas. Hans retrocedió, arrastró con esfuerzo la maleta y el arcón dentro de la posada. Permaneció debajo de un candil, intentando recobrar la temperatura. Se sobresaltó al reparar en el señor Zeit, que lo miraba tras el mostrador de la recepción. Iba a ir a abrirle, dijo, no me ha dado usted tiempo. El posadero se movió con extrema lentitud, como si se hubiera quedado atrapado entre el mostrador y la pared. Tenía una barriga en forma de tambor. Olía a tela viciada. ¿De dónde viene?, preguntó. Salí de Berlín, dijo Hans, aunque eso no importa. A mí sí me importa, caballero, lo interrumpió el señor Zeit sin sospechar que Hans se refería a otra cosa, ¿y cuántas noches piensa quedarse? Supongo que una, dijo Hans, no estoy seguro. Cuando lo sepa, contestó el posadero, por favor comuníquemelo, necesitamos saber qué habitaciones van a estar disponibles.
El señor Zeit buscó un candelabro. Condujo a Hans a través del pasillo, después por unas escaleras. Hans miraba la figura oronda y cansina del señor Zeit subiendo cada peldaño y temió que se le viniera encima. Toda la posada olía a aceite quemándose, al azufre de las mechas, a jabón y sudor mezclados. Pasaron la primera planta y siguieron subiendo. A Hans le extrañó observar que las habitaciones parecían desocupadas. Al llegar a la segunda planta, el posadero se detuvo frente a una puerta con un número siete escrito en tiza. Recuperando el aliento, aclaró con orgullo: La siete es la mejor que tenemos disponible. El señor Zeit sacó de un bolsillo un llavero con aro, un aro grueso, sufrido, cargado de llaves, y tras varios intentos y varias maldiciones en voz baja, entraron en la habitación.
El señor Zeit, candelabro en mano, fue haciendo un surco en la oscuridad hasta llegar a la ventana. Al abrir los postigos, la ventana emitió un acorde de maderas y polvo. La luz de la calle entró tan débil que, más que alumbrar la habitación, se sumó a la penumbra como un gas. Por las mañanas es bastante soleada, explicó el señor Zeit, está orientada al este. Hans forzó la vista entornando los párpados. Distinguió una mesa recia, dos sillas. Un catre, varias mantas de lana plegadas encima de él. Una tina redonda de estaño, un orinal con óxido, un aguamanil sobre un trípode, una jarra de barro. Una chimenea de ladrillos y piedra, con una pequeña cornisa en la que parecía imposible apoyar cualquier objeto sin que se tambaleara (sólo la tres y la siete tienen chimenea, anunció el señor Zeit muy erguido) y algunos utensilios herrumbrosos a un costado: un badil, una pala roma, unas tenazas ennegrecidas, una escobilla casi pelada. Dentro de la chimenea había ramitas de encina y dos troncos calcinados. En la pared opuesta a la puerta, entre la mesa y la tina, a Hans le llamó la atención un cuadrito que le pareció una acuarela, aunque no pudo verlo bien. Una cosa más, concluyó en tono solemne el señor Zeit acercando el candelabro a la mesa y deslizando una mano sobre ella: esto es roble. Hans miró la mesa con agrado. Se fijó en los dos candelabros con velas de sebo, en el quinqué herrumbroso. Me la quedo, dijo Hans acariciando la madera. Inmediatamente sintió cómo el señor Zeit lo despojaba de la levita para engancharla en uno de los clavos que asomaban junto a la puerta: el perchero.
¡Mujer!, gritó el señor Zeit como si hubiera amanecido de repente, ¡mujer, ven!, ¡un huésped! Enseguida se oyeron unos pasos enérgicos ascendiendo. Tras la puerta apareció una mujer ancha, vestida con una saya de algodón y un delantal con un bolsillo enorme entre los pechos. Al revés que su marido, la señora Zeit se movía con brusquedad y eficacia. En un instante la señora Zeit mudó las sábanas del catre por otras no tan amarillas, dio un barrido fugaz al cuarto, bajó a llenar la jarra. En cuanto la trajo de vuelta Hans bebió en abundancia, casi sin respirar. ¿Le subes el equipaje?, sugirió el señor Zeit. Ella suspiró. Su marido decidió que ese suspiro significaba sí, saludó a Hans con la cabeza y se perdió por las escaleras. Hans se quedó mirando la frente rotunda de la señora Zeit. Intimidado, se ofreció a ayudarla con el arcón.
Boca arriba en el catre, Hans tanteó la aspereza de las sábanas con la punta de los pies. Al entornar los párpados, le pareció escuchar rasguños bajo las tablas del suelo. Mientras el sopor lo envolvía y todo dejaba de importarle, Hans se dijo: Mañana junto mis cosas y me voy a otro sitio. Si se hubiera acercado al techo con una vela, habría descubierto las grandes telarañas de las vigas. Entre las telarañas un insecto débil asistió al sueño de Hans, hilo por hilo.

La "imaginación con causa" al poder

"Una novela fragmentaria que trata de asimilar la contundencia narrativa del siglo XIX", así definió Andrés Neuman El viajero del siglo. También así: "Como El ángel exterminador de Buñuel en forma de novela clásica". El ambiente de pesadilla buñuelesca de la que resulta imposible salir atraviesa la historia de Hans, un viajero que se detiene en la imaginaria ciudad de Wandernburgo con la intención de pasar una noche y termina quedándose un año entero. "El origen de la novela es un lied de Schubert que habla del encuentro entre un viajero y un organillero". Luego apareció el personaje de Sophie, de la que se enamora el protagonista, y 20 personajes más. Lo que iba para novela corta terminó siendo el retrato de una Europa que, dice Neuman, se parece mucho a la de hoy: "Hay una crisis de identidad que corre el peligro de resolverse a la defensiva, en torno a valores conservadores basados en la seguridad y la economía".

Más que de novela histórica, Andrés Neuman califica su obra de novela "de imaginación con causa". La elección de un viajero como protagonista no es tampoco casual de la mano de alguien que se define como "argentino andaluz del siglo XXI". ¿El presente? "Es tan equivocado pensar que la posmodernidad es sólo un problema estético como que es la solución a todo", dice. "El afán por escribir para el presente lleva a olvidar que en el siglo XIX había valores narrativos solidísimos, empezando por la creación de personajes. Además, con los románticos alemanes llega la gran revolución. Ellos fueron los primeros vanguardistas".

Bibliografía básica
- Novela. Bariloche (1999). Finalista del Premio Herralde. La vida en las ventanas (2002). Finalista del Premio Primavera. Una vez Argentina (2003).

- Relato corto. El que espera (2000). Alumbramiento (2006). El último minuto (2008).

- Poesía. Métodos de la noche (1998). El jugador de billar (2000). El tobogán (2002). Premio Hiperión.

- Aforismos y macroensayos. El equilibrista (2005).

sábado, 3 de enero de 2009

TALLER DE NOVELA

JUSTIFICACIÓN
Es inútil decirle a un novelista que su escritura carece de tensión, o que sus personajes no transmiten emociones, a menos que se le pueda decir cómo lograr ambas cosas Porque debe haber algo que genere tensión, algo capaz de crear complicación, sin ningún esfuerzo consciente por parte del escritor para conseguirlo. A la vez debe existir una fuerza que una todas las partes. La buena literatura aviva en el hombre el sentido de lo esencial, lo que vertebra la vida humana. Cada obra literaria valiosa expone en imágenes diversos temas éticos, los engarza entre sí, les hace entrar en juego, los somete a las múltiples tensiones de la vida, los clarifica.
OBJETIVOS GENERALES
Cuanto mejor se conozcan estos fenómenos humanos, más profundamente se calará en las obras literarias. De ahí la necesidad ineludible, de conocer y analizar conceptos tales como: amor y odio, lealtad y perfidia, agradecimiento y resentimiento, piedad y despego, entusiasmo y abatimiento, veracidad y falacia, palabra y silencio... es decir escudriñar dentro del alma humana el carácter que hemos de describir y los posibles conflictos y contradicciones que pueden desencadenar en las actitudes de los personajes. Aristóteles dijo hace mas de 1500 años: ”Lo más importante de todo, es la escritura de los incidentes, no del hombre, sino de la acción y vida” Éste concepto podríamos aplicarlo en las novelas sobrecargadas de acción y con personajes caricaturescos. Sin embargo muchos otros grandes autores de la literatura han destacado al personaje por encima de la trama, oponiéndose a que éste sea un mero pretexto para una acción. Lo contrario, al postulado de Aristóteles, es que la acción nace porque antes hay un personaje con ciertas condiciones físicas psicológicas y sociales. Alguien que tiene ciertos condicionantes que le llevan a sentir como necesario algo, a quererlo y desearlo, a luchar por ello y enfrentarse no sólo a un antagonista sino a esas mismas condiciones que lo conforman y lo limitan.
El Taller es teorico práctico. Lectura y comentarios sobre dos obras policiales de autores universales. Comentario sobre los diferentes personajes y metodología que empleó el escritor en estas obras : Ejercicios:
A) Narración de dos a cuatro carillas de una historia a partir de una PREMISA CREÍBLE Y COHERENTE, que contenga los tres pasos de la novela Exposicion, nudo ,desenlace (lineal o con desplazamiento temporal)
B) Aplicar los diferentes puntos de vista, según convenga para la novela..
C) Indagar cuál es el CONFLICTO que mueve las diferentes acciónes del antagonista con respecto al protagonista o demás personajes.
D) ¿La historia narrada despierta la suficiente TENSIÓN del lector como para seguir leyendo? Y si no es así, ¿cómo corregir la información para generar más suspense?
E) Definir si tiene CONTINUIDAD narrativa, aplicando la TRANSICIÓN que corresponda para llegar al descemlace sin saltos.
F)¿Están bien planteados los diferentes CARACTERES de los PERSONAJES?

PROGRAMA TEMÁTICO:
Definición de Novela y sus diferentes clases (Romántica, costumbrista, policial,ETC)
1) Premisa
2) Carácter
3)Conflicto
4) Unidad de opuestos
5)Transición
6) Crisis culminación resolución

viernes, 2 de enero de 2009

EL HIPERTEXTO

Cada vez más los lectores abandonan las antiguas formas que ofrecen los libros no solo para valorar la creatividad y la interactividad sino para ejercer la libre elección de lo que necesita o desea leer. Esto significa todo un desafío para los nuevos soportes, todo un desafío repleto de curiosidades, puesto que al abrirse el juego de lo que ya está instalado ha dejado de ser experimental para consolidarse en nuevas tecnologías de la comunicación digital.
No podemos afirmar que aún no se encuentre una cierta resistencia en las nuevas formas expresivas. Sin embargo, el hipertexto exige una lógica y una estética que va más allá de dar albergue a una combinatoria narrativa. Exige y promueve la interactividad, esto es, la participación del lector a través del medio. Pero aún más: el medio digital facilita un formato múltiple, con materiales digitales tales como la imagen, el sonido, la animación. De modo que la decisión de formatear un relato en hipertexto conduce en realidad a una visión técnica y estética distinta, alejada de la estética y la técnica literarias: la estética digital. La Hiperficción el nuevo género que viene y habrá que estar preparado para sortear todas las dificultades del relato digital.